La escoba de Zaratustra

El tiempo es la distancia entre dos acontecimientos; no es lineal, sino multidireccional. Así, lo simultáneo luce dos veces breve y da la ilusión de un eterno retorno. Nada hay aquí, pues, de largo aliento, y poco es verdadero. Todo lo que aquí sucede, sin importar cuándo, lo barre Zaratustra con su escoba. ¡Bienvenidos!

domingo, 24 de enero de 2010

Vía rápida y otros textos

Luz
Estaba en medio de su más profundo terror: una muchedumbre en un vagón de metro detenido a la mitad del túnel por falta de energía eléctrica. Nada lo asustaba tanto como las multitudes y la oscuridad. Deseaba morir ahí mismo. Era tal el miedo que la gente y la penumbra le provocaban que para calmarse intentó, primero, imaginarlos a todos sentados en la taza de baño. Lo inundó un olor a vientre podrido. Después los pensó desnudos. Apareció ante él una cartografía humana de estrías y celulitis. Probó desearlos muertos. Un ejército de fantasmas se coló por las hendiduras de los muros del túnel. Se decidió entonces por el ejercicio inverso: se vio en la taza de baño, desnudo, muerto. Aquello funcionó. Del infarto los demás ni se enteraron. Sólo una mujer vestida con uniforme de intendencia miró la sonrisa apagada del hombre que yacía, en uno de los bordes del vagón abandonado, con los ojos abiertos como si súbitamente hubiera recibido una descarga de luz.

Hipnosis
El médico me pidió que mirara fijamente la oscilación de un péndulo. Me indicó cómo hacerlo. Troné los dedos. Cayó en trance segundos después.

Serenata
Ni bien comenzaron a tocar a mis compadres mariachis les llovieron hasta macetas. A punto estuvieron de recibir un plomazo. Pero lo que de verdad les molestó fue que no les advirtiera que la muchacha era casada.

Divorcio
Descubrí aterrado que mi mujer me estaba haciendo un algún tipo de hechizo. Bajo la cama, entre cúmulos de polvo, había un vaso medio lleno de agua debajo del cual estaba una antigua foto donde nadie habría podido predecir que los treinta y cinco yo comenzaría a quedarme calvo, y al lado se encontraba un mechón de mi cabello amarrado con un lazo rojo.
Había también una calabaza con una paloma muerta dentro.
Mi esposa llegaría de trabajar en cualquier momento. Fotografié todo. Luego bajé apresurado al sótano y me deshice tanto de la figura de tela que me dio el santero como de los alfileres que pensaba clavarle aquella noche. Después llamé a mi abogado y lo convencí de que tenía evidencia: mi mujer estaba un poco loca. Intentaba embrujarme.
Me dijo que sería fácil demandarla.


Western
La mujer miró hacia ambos lados de la calle. No había nadie, salvo los dos hombres que estaban concentrados el uno en el otro, revólver en mano. Se escucharon tres disparos. Uno de los hombres cayó: el que la había defendido. La mujer pegó un gritó y corrió hacia él. El otro se acercó a ella lo suficiente para musitar en su oído:
–No te sientas mal. La verdad es que no valías la pena el duelo. A éste le traía ganas desde hacía años.
Aquel tipo guardó el revólver, dio media vuelta, subió a un caballo y se alejó. Ella enfundó sus lágrimas y lo vio perderse entre una nube de polvo.

Círculo vicioso
–Lo que me deprime –explicó el paciente– es el precio de mi antidepresivo.

Instrucciones para adquirir piratería
Los empleados eran jóvenes, hombre y mujer. Estaban distraídos con otros clientes. Tomé dos películas y las apreté contra mi estómago mientras estudiaba la oferta del puesto. La chica dirigió la mirada hacia mí y dio un codazo a su compañero. El dinero no me alcanzaba. Devolví aquello. Antes de irme, agarré una cinta más, revisé la crítica y la puse en su lugar. La muchacha me miró. Giré sobre mis talones. No había dado ni un paso cuando el hombre me enfrentó: abre tu sudadera. La gente se arremolinó. Obedecí. El empleado me esculcó entre aspavientos sin encontrar nada. Cerré la sudadera y le exigí, indignadísimo, una disculpa pública. No sólo me la ofreció, y obligó también a la mujer a hacerlo, sino que me regaló dos películas, las que yo quisiera. Me calmé. Sonreí. Incluso les estreché la mano. Tomé las cintas que pensaba robar originalmente y me alejé a paso rápido del tianguis.


Medio Oriente
El profeta auguró a la multitud una era de paz. Casi inmediatamente cayó abatido a balazos.

Salud mental
Juana aún busca como loca las pastillas que evitan que se vuelva loca.

El piano
Miró el piano afectuosamente mientras acariciaba la tapa negra: al fin podría dedicarse a ensayar. Desde que él era niño su padre le había notado la habilidad en las manos. Qué piano ni qué nada, dijo el viejo, y le enseñó a bajar un motor. Ahora, gracias a la herencia del anciano, podría tocar hasta hartarse. Y a Aurora, quien lo había visto beber durante veinte años. Ya no. Un último trago y un último coche, le había prometido. Tras un largo sorbo de aguardiente la botella fue a parar al bolsillo del overol. Tomó la caja de herramientas, el gato, y fue al taller. Se dirigió a un costado del automóvil. Un sorbo más antes de colocar el gato. Dejó la botella cerca, a su lado. Era cuestión de sacar la llanta y luego asomarse por debajo. El auto comenzó a subir. Él escuchó un ruido a sus espaldas y quiso volverse. Algo tronó. Segundos más tarde la llanta aplastaba su mano derecha. El contenido de la botella se esparció por el suelo. Para cuando los gritos llegaron a Aurora, su marido sólo pensaba en un trago y en cuánto podrían pagarle por el estúpido piano.

Ricitos de oro
Al llegar a casa, descubrió que alguien se había tomado su sopa, bebido su vino y bañado en su tina, y que ahora ese alguien roncaba en su cama. Vaya –musitó–: se acabaron mis días de solterona.


Plegaria
Señor, dame una muestra de tu poder, oró. Cayó muerto en ese instante.

Acrofobia
Nunca supe el porqué de su acrofobia. Aquel día se aferró a mi brazo para cruzar un puente que no alcanzaba los siete metros de alto. Sólo pensé que debí preguntárselo un segundo antes de aventarlo.

Crónica funeraria
Tras el infarto de su padre los jóvenes hijos del señor Alfonso Trueba no esperaban un doble velorio, el cual no se habría llevado a cabo de no ser porque a la funeraria Suspiros Eternos arribó toda llorosa, a medianoche, la amante del señor Trueba, la señorita Celia Gómez; comenzaron los rumores en la sala y, cuando llegaron a sus oídos, a la señora Angelina Trueba le vino un infarto justo antes de que se dirigiera a correr a “esa mujerzuela”, es decir, a la señorita Gómez. Durante los acontecimientos también falleció la susodicha señorita Gómez, quien muy cerca del féretro que abrió para despedirse de su amado sufrió una caída (las malas lenguas aseguran que la empujó la viuda), y acabó con fractura craneal. Ella descansa en paz en otra sala de la misma funeraria.


Pérdida de peso

La curandera le había asegurado que con aquella pócima perdería peso instantáneamente. En cuanto puso un pie en la calle bebió un trago de la botella de cristal; segundos después varios transeúntes lo miraron elevarse hasta que se extravió en algún lugar del cielo.

Tentación
Después de haberlo visto vagar cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, Satán quiso tentarlo: si me adoras todo esto será tuyo. Él miró a su alrededor: pedruscos estériles, árboles en agonía, extensos parajes de infertilidad. Bah, le respondió al Diablo, y se echó a reír en sus narices.

A pie firme
Para Elena Macías
“Nunca he estado mejor parada sobre mis dos pies”. Esas fueron sus últimas palabras antes de que se fuera cojeando.

Beso
Si no hubiera necesitado urgentemente el dinero el anuncio no la habría hecho sonreír: “Ofrezco hasta 500 pesos a las mujeres que se dejen besar los pies”. Conque 500 pesos. Dos días antes se le había acercado un tipo en el metro y, con el pretexto de una encuesta sobre zapatos, le había pedido que lo dejara tocar uno de los suyos, así, sin quitárselo, sólo un momentito. Accedió. Tomaron asiento. El hombre acarició la piel, la suela, el tacón del zapato izquierdo de ella, y antes de que la mujer pudiera hacer nada le asestó un beso en el empeine.
Gratis, el muy imbécil.

La duda
Hasta no ver no creer, se dijo. Quedó ciego inmediatamente después.

Viaje astral
Advirtió cómo se desprendía de su propio cuerpo, igual que si se hubiera visto reducido a su conciencia. O a su alma. Se elevó lleno de paz. A punto estaba de dar las gracias por ese momento cuando sintió que lo devolvían a un cuerpo. No se dio cuenta de que no era el suyo hasta que comenzó a cacarear.


Por amor
Si me dejas ganar te amaré para siempre, le susurró el Armadillo Beltrán en el noveno asalto. El Oso Ojeda perdió la pelea por nocaut en el décimo round.

Amantes
–Es el mejor sexo que he tenido jamás –aseguró él.
–También yo –respondió ella mientras lo sacaba mentalmente de su lista de amantes.

Vía rápida

Mariana cayó dormida en el autobús al dejar atrás la estación. Se alisó la falda hasta el tobillo y puso un suéter abierto sobre su blusa de cuello alto y mangas largas. Entre las cortinas se colaba la luz de las farolas. Ella recargó la cabeza en la ventana. Se dejó ir.

Apenas pudo entrever una cabeza asomada a sus pies. Debía ser un sueño. No encontró otra explicación al disfrutar tanto la manera en que aquel sujeto le alzaba la falda, hacía a un lado las bragas y sumergía la cabeza entre sus piernas. Imposible, ella jamás lo permitiría. Un sueño, sin duda. Se dejó ir.

Despertó jadeante y turbada. Miró al desconocido. Sin pensarlo, hizo a un lado el suéter. Abrió la blusa y el sostén. Se deshizo de la falda. Tomó la cabeza del hombre entre sus manos. Se dejó ir.


Objeto volador no identificado
El suicidio colectivo fue un éxito: cientos de hombres, mujeres y niños yacían unos sobre otros. Nadie estuvo ahí para recibir al ovni que venía a salvarlos.

La verdad
–Espejito, espejito, dime, ¿quién es la más hermosa?
Por toda respuesta, el espejo se rajó de cabo a rabo.


El enterrador
Aquel joven, no mayor de veinticinco años, estaba recargado en una pala, fumando como si el dolor que lo rodeaba careciera de importancia. Tenía tez morena y oscuros ojos de gacela. Era muy guapo. Mucho más que mi tío recién muerto. Mi madre decía que la guapura era una bendición. Yo tenía veintiún años y a ser bonita nunca le había encontrado la gracia: a todo el mundo le parecía un adorno.
El joven enterrador me observó llegar al sepelio, rodear el edificio principal del panteón, pasar cerca de la tumba y colocarme de espaldas a su mirada a varios metros de distancia. Comenzó la misa. Me volví una vez hacia él: alcancé a ver su rostro clavado en mí; recorrí aquel cuerpo delgado, sudoroso, y luego devolví la atención al ataúd de ese tío viejo y borracho por quien en ese instante todo mundo lanzaba plegarias, pero al que nadie quería vivo. Sus sobrinas lo padecimos. Le encantaba toquetearnos a las tres, al muy cerdo. Lo dijimos. Nadie nos quiso creer.
El servicio fúnebre continuó. Mientras me forzaba a orar por mi tío, pude ver cómo el enterrador se desplazaba por atrás de los pocos que asistimos al sepelio hasta situarse, pala en mano, bajo la sombra de un árbol desde donde podía observarme de frente y con divertida impertinencia. Parecía estarse burlando de mí. Le sostuve la mirada unos segundos y sonreí a mi vez. Estaba harta de albures, silbidos, acercamientos indecentes de tipos que me parecían horribles. De este joven me gustaba la actitud astuta, discreta. Y mi tío, de cualquier forma, era un marrano.
Del edificio principal del panteón, a espaldas del enterrador, salió un hombre con una pala que se acercó a él y musitó algo a su oído; luego el recién llegado extendió la mano hacia el cigarro de su colega, le dio una fumada, lo devolvió a su dueño y echó a andar hacia mi familia mientras el otro sonrió y me dirigió una última mirada con abierto descaro, casi una invitación, antes de volverse hacia el edificio y caminar hacia allá con la pala sobre el hombro. La sola idea de ir tras él me pareció excitante.
Lo seguí momentos después. Ni bien rodeé la esquina que daba a la parte trasera del edificio me recibió con un sorpresivo palazo en la cara que me botó dos dientes. Pum. Oscuridad total.
Varias personas intentaron contarme lo que sucedió más tarde, dónde me encontraron, cómo, qué le pasó a mi cuerpo. No quise saber. Algo escuché, de cualquier forma, a través de las ranuras de las paredes y picaportes mal cerrados: que habían tardado horas en encontrarme en los confines del panteón; que mi rostro era un amasijo de escoriaciones y cardenales; que para cuando me hallaron llevaba al menos cuarenta minutos bajo la lluvia, semidesnuda y tirada sobre la tierra; que al enterrador no lo habían atrapado.
Pasé meses sin hablar de ello, mirando el jardín. Como un adorno.

*Imágenes tomadas del autor Peter Gric: http://beinart.org/artists/peter-gric/#

8 comentarios:

  1. WOW, tus textos siempre son una inspiración, plumas de fuego como la tuya no se encuentran todos los días, me encantan tus micro ficciones y como pueden dejar nockeado al lector, al igual que tu persona deja nockeada a la vida... --BESOS DE LUZ--- en la noche de terciopelo.

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  2. Me encanta, las minificciones son muy buenas, me he reido bastante. Un abrazo.

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  3. Hola:

    Me tomo el atrevimiento de decirte que quizá sería mejor para disfrutar tus cuentos, y que éstos se luzcan con mayor propiedad, el que no los postees todos juntos, así podemos ir leyendo y comentando uno a uno.

    Y, tambien, bienvenida a la blogosfera!

    Saludos

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  4. JLZ, gracias por tus luminosos comentarios. Yexiannu, por apoyos como el que das una puede seguir escribiendo. Dragón: tienes razón, aquí se me nota todavía la inexperiencia, pero el hecho de que disfrutes mis textos lo considero un enorme halago. A todos ustedes, un fuerte abrazo.

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  5. Quiero decir una cosa. Acabo de llegar a este blog por casualidad y ha supuesto para mí una sorpresa indescriptible. Me han encantado sus microficciones y reflexiones. Desde aquí mis felicitaciones a la autora del blog y todos los ánimos para que no deje de escribir en él.
    Además también he descubierto que puedo leerla también en twitter. Un afectuoso saludo y hasta pronto.

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  6. Rafael, mil gracias por detenerte a escribirme, por tu felicitación. También para mí ha sido una gran sorpresa leer tus palabras. Desde aquí, un abrazo muy fuerte para ti.

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  7. prima estan super padres. me diverti mucho leyendo- felicidades y queremos leer mas. saludos desde monterrey atte: josue

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  8. Pues que te puedo decir. A todos los del taller nos siguen pareciendo geniales y vaya que lo son. Felicidades por el nuevo sitio.
    Nos vemos el sábado ma´
    emma

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